Para emprender un estudio completo sobre la producción literaria en el Zulia en los inicios del siglo XIX, se presentan varias dificultades, a saber: la escasa producción bibliográfica en los diversos géneros literarios, los pocos que hubo en algunos casos, ilocalizables, y en otros, perdidos para siempre, de igual manera puede decirse de algunas publicaciones periódicas como La Abejita, primer órgano literario de la región conocido, fundado y dirigido por José Isidro Silva en 1839 y las casi inexistentes referencias sobre esa primera etapa, escasamente conocida. Sin embargo, cada vez que se ha intentado historiar la literatura en el Zulia durante el siglo XIX, se hace ineludible citar al viajero Francisco Depons (1751-1812), abogado y agente comercial del gobierno de Francia en la Capitanía General de Venezuela entre 1801 y 1804, cuando en su obra Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América meridional (1806), nos da testimonio de la vocación por las letras y de la consagración a la vida intelectual de los maracaiberos: «Lo que honra aún más a los maracaiberos es la singular vivacidad de su inteligencia, su aplicación a la literatura y los progresos que en ella alcanzan, no obstante el mal estado en que se encuentra la instrucción pública en esa ciudad. Mientras los jesuitas tuvieron a su cargo la instrucción de los jóvenes, salieron de sus escuelas alumnos que hablaban latín con facilidad y rara elegancia, que poseían perfectamente el arte de la oratoria y las reglas de la poesía; que escribían su lengua con una pureza tan notable por el atrevimiento de las ideas como por la claridad y el orden de la exposición; que estaban dotados, en una palabra, de todas las cualidades que constituye al hombre de letras … No obstante la carencia de recursos para instruirse, se encuentran en Maracaibo jóvenes tan favorecidos por la naturaleza que las menores nociones desarrollan en ellos facultades que no se manifiestan en Europa sino con largos estudios y buenos maestros». (1)
Similares comentarios los hicieron otros viajeros como J. J. Dauxion Lavaysse (1774-1829), quien aparentemente no estuvo en la ciudad y el sabio Alejandro de Humboldt (1769-1859). Otra referencia importante de los inicios del siglo XIX en la entonces provincia de Maracaibo, son las obras Agere Pro Patria y Maracaibo representado en todos sus ramos, refundidas en un solo volumen por la Universidad del Zulia en 1969 bajo el título de Maracaibo a principios del siglo XIX del orador y ensayista político José Domingo Rus, diputado ante las Cortes Generales y Extraordinarias de la Monarquía Española, donde destacó como ferviente defensor de la provincia de Maracaibo, solicitando para ella todo lo que requería.
Para 1821 el impresor Andrés Roderick trasladó a Maracaibo una imprenta que iba destinada a Cúcuta y en ese mismo año imprimió lo que se conocerá como el primer periódico del Zulia, El Correo Nacional, el cual comenzó a circular el 9 de junio, redactado
por Demetrio José Lossada, publicándose un texto poético «Oda al Ejército de Colombia» de autor desconocido. A partir de este momento no cesará la impresión de periódicos en la ciudad de Maracaibo hasta nuestros días, para ser depositarios de la historia y de la producción literaria del Zulia.
No es sino hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzó a haber una producción de considerable importancia y a publicarse libros de contenido literario. La obra que rescató buena parte de esa creación literaria, fue El Zulia literario (1880-1881) de José Domingo Medrano, única compilación que recoge poesía, artículos de costumbres, discursos, fábulas, crítica literaria y biografías breves de escritores zulianos, más de un centenar de autores, de quienes se tiene noticias por primera vez, como es el caso del primer poeta conocido, Fernando de Sanjust, así como de las primeras mujeres escritoras que, algunas de ellas, ocultaban sus verdaderos nombres tras un seudónimo. Así mismo, en las publicaciones de carácter nacional y antológicas Biblioteca de escritores venezolanos contemporáneos (1875) de José María de Rojas y Primer libro venezolano de literatura, ciencia y bellas artes (1895), aparecieron también algunos creadores zulianos, probablemente los más sobresalientes de esa centuria. También Juan Besson en su Historia del estado Zulia (1943-1957) incluyó a escritores y poetas con sus obras, insertos cronológicamente.
El Zulia literario en el siglo XIX (1933) de Luis Ovidio Quirós, vino a constituirse en el primer estudio sistemático, donde nos presentaba una visión de conjunto de la literatura zuliana del siglo XIX. En ese primer acercamiento notamos un esfuerzo crítico tanto sobre la producción literaria en sí como sobre la literatura zuliana como proceso en evolución. Aniceto Ramírez y Astier contribuirá notablemente al conocimiento de autores y obras del siglo XIX zuliano, con su obra Galería de escritores zulianos, importante estudio y recopilación antológica para la historia literaria del Zulia. No, cabe duda que muchas de las producciones literarias son tomadas de El Zulia literario, que recuperó Medrano de la desaparición total, pero Ramírez y Astier completaría la labor, realizando amplias semblanzas biográficas. No hay que dejar de mencionar un importante trabajo publicado en Panorama en 1955, que Humberto Cuenca tituló Las generaciones literarias del Zulia, donde hace referencia brevemente a las del siglo XIX. Mucho más recientemente, trabajos como Escritores prebaraltianos (1978) de Luis Guillermo Hernández, Literatura zuliana siglo XIX (1987) de Cósimo Mandrillo, un interesante capítulo que incluyó el historiador Germán Cardozo Galué en su libro Historia zuliana (1998), bajo el título de Vida intelectual en el siglo XIX, entre otros, contribuirían significativamente a tener una visión más completa y organizada, para emprender un estudio histórico más crítico y sistemático de la literatura en el Zulia durante el siglo XIX. Recordando los comentarios de Depons cuando aludió a los jesuitas, habría también que tomar en cuenta el proceso educativo y de instrucción de la región, así como terminar de rescatar toda esa literatura contenida en la prensa zuliana, aún localizable y recuperable en las hemerotecas del país.
Escritores prebaraltianos
Bajo este título escribió el investigador Luis Guillermo Hernández un importante trabajo sobre los escritores nacidos al final de la Colonia y comienzos del siglo XIX, anteriores a Baralt y otros que en realidad fueron coetáneos de éste. Fue el primer trabajo serio que se ocupó de esos pioneros de las letras y acuña el término de prebaraltianos para comenzar el proceso de sistematización de la literatura zuliana. Ellos son: Fernando de Sanjust, José Antonio Almarza, José de Jesús Romero, Domingo del Monte y Aponte, José Domingo Rus, José Antonio Tinedo, Carlos Urdaneta y José Isidro Silva, quienes conforman ese primer grupo de escritores que iremos comentando sucesivamente. Nos detendremos en cuatro nombres de esta primera generación biológica, antes de proseguir con este estudio aproximativo. José Antonio Tinedo (1765-18 ?) y José de Jesús Romero (1795-1865), quienes destacaron como oradores sagrados y cultivaron la poesía religiosa, demostrando erudición y vocación educativa. Carlos Urdaneta (1804-1848), licenciado en derecho ‘Civil, educador y orador de ideas progresistas, fue el primer rector del Colegio Nacional de Maracaibo (1839), institución donde nació con intensidad el interés por la literatura y de él se conoce el Discurso de Instalación, que como pieza oratoria magistral fue elogiada por Manuel Dagnino. Domingo del Monte y Aponte (1804- 1853), caso peculiar, aunque nacido en Maracaibo de padres dominicanos, sería una figura prominente de la cultura cubana de la primera mitad del siglo XIX, abogado, periodista, ensayista, crítico, poeta, epistológrafo, promotor y mecenas, a quien insistentemente hemos querido apropiárnoslo por un hecho fortuito y accidental. Fue amigo de Baralt a quien dedicó su Oda a Colón y tuvimos las primeras referencias de él gracias a Julio Calcaño que lo incluyó en su Parnaso Venezolano (1892), a Luis Ovidio Quirós el primero en mencionarlo en un estudio como antecedente de Baralt, a Augusto Mijares en su libro Lo afirmativo venezolano (1963), a Hercolino Adrianza Álvarez en su Estanca y marinera (1965) y a Luis Guillermo Hernández en su trabajo Escritores prebaraltianos (1978). Todavía hoy su nombre sigue vinculándose al Zulia y así, un estudio reciente ha sido publicado por la Dirección de Cultura de la Universidad del Zulia, del escritor cubano Urbano Martínez Carmenate, titulado Domingo del Monte y su tiempo (1996).
Iniciadores de la poesía
Surgió entonces el primero o el más antiguo poeta conocido Fernando de Sanjust y Perozo (1748- h. 1830), nacido en Maracaibo y muerto en la misma ciudad. Por su vida escandalosa y bohemia pudiera definirse hoy como un sacerdote goliárdico y ferviente patriota de la «Escuela de Cristo». Apenas se conocen fragmentos de su obra poética, poco relevante, rescatada por José Ramón Yepes y reproducida por Medrano en El Zulia literario, de un valor histórico más que literario, pero no carente de gracia, la cual tituló Memoria póstuma de un enfermo a quien el facultativo le ha intimado se disponga para morir o La despedida del mundo del padre Sanjust, poema satírico compuesto de dos sonetos y una décima, expresando el momento doloroso de un hombre enfrentado a la muerte. Otro pionero fue el poeta José Antonio Almarza (1780-1837), prócer de la independencia, del cual es conocido Soneto al Libertador que improvisó en un encuentro con Bolívar, en la visita que éste realizó en 1826 a la ciudad de Maracaibo, siendo probablemente la primera composición poética dedicada a Simón Bolívar. Éste y otro texto poético, por su contenido, dan fe de su activa participación en la Guerra de Independencia. Ese soneto dice así:
Desdeñaste, señor, con heroísmo
una diadema que ofrecer quisieron
los intrigantes que jamás supieron
comparar a Bolívar con él mismo.
Y si tanto has odiado el despotismo
si tus grandes virtudes te ascendieron
a mandar corazones que ofrecieron
respetarte, señor, sin servilismo.
¿Será extraño que mires con horror
las coronas de pérfidos tiranos?
Tu dominio te da más esplendor
mandando corazones colombianos,
que es más augusto ser Libertador
y más heroico ser republicano.
Almarza con su grado de teniente, fue uno de los participantes en las intentonas libertarias de 1810 y 1812 y quien dejaría la primera huella literaria en la ciudad de Maracaibo, ya que después del 19 de Abril de 1810, ese militar perteneciente a la élite marabina, desde la prisión crearía una “Décima satírica”, contra los gobernantes hispanos de aquel momento, Fernando Miyares y Luis Ruiz de Porras, la cual debe considerarse como el primer poema localizado en la historia de la literatura regional, que ya van más de dos siglos.
Memorias de la Guerra de Independencia
Compartiendo la tesis de Lubio Cardozo, hubo una literatura de la Guerra de Independencia que tuvo su expresión, no a través de los géneros tradicionales como el cuento, la novela, el drama, la comedia o la poesía, sino que las circunstancias de la guerra motivó otras formas expresivas como el artículo periodístico, la oratoria, las epístolas, los libros de memoria o diarios de vida y algunas formas versificadas. El propio Cardozo trazó como lapso de este período de la literatura venezolana, el de 1810 a 1830, y justamente allí se insertan los Apuntamientos o Memorias del general Rafael Urdaneta (1788- 1845), los cuales se inician con la invasión libertadora a Venezuela en el año de 1813 y los termina con su alejamiento de Colombia, después de entregar el gobierno a su cargo, en los primeros meses de 1831. Escritos en un lenguaje sobrio, mesurado, cumplieron a cabalidad con lo apuntado por uno de sus prologuistas, Jesús Enrique Lossada, quien decía: «La labor del memorialista es extraordinariamente delicada y embarazos a, porque exige, para cumplirse lealmente, entereza moral, ecuanimidad, amor a la verdad y a la justicia, virtudes firmes y austeras, capaces de reprimir los impulsos del amor propio, de los intereses egolátricos, que tienden a velar las fallas y a exaltar las excelencias personales» .(2)
Un comienzo loable
Sin lugar a dudas, la primera gran figura de las letras zulianas fue el polígrafo Rafael María Baralt (1810-1860), primer americano en ocupar un sillón en la Real Academia Española, donde sustituyó a Juan Donoso Cortés, marqués de Valdegamas. La recepción de Baralt fue el 27 de noviembre de 1853, con un extenso y magnífico discurso, el cual fue considerado por Marcelino Menéndez y Pelayo, como la obra maestra de Baralt. Cultivó la poesía, la narrativa, el ensayo, el artículo de costumbre, la crítica, la filología, la historia, el periodismo y la oratoria. Fue un neoclásico de las letras hispanoamericanas y si bien su poesía ha sido considerada exangüe y carente de emoción, no obstante todos conocemos aquellos versos iniciales del poema Adiós a la Patria y la alusión poética que hace de Maracaibo, la Tierra del sol amada, lograda frase que la identifica y nos identifican. Este poema es el más vital, nostálgico, emotivo y de mayor valor literario escrito por Baralt, donde reafirmó su zulianidad. Riguroso en el lenguaje y su medida, por eso fue conocido primero por su prosa clásica y modélica, como se aprecia en su Historia de Venezuela, la primera que se realizó propiamente dicha. Sus Obras completas fueron editadas por la Universidad del Zulia en siete tomos y de los estudios más importantes que se han realizado sobre Baralt y su obra, destacan los de Agustín Millares Carlo y Pedro Grases. Algunas otras de sus obras conocidas son Diccionario de Galicismos, que según Millares Carlo «más que de un filólogo, es la obra de un literato, de un hombre de ingenio y de refinado gusto artístico, de un gran conocedor de los clásicos españoles, de un hábil estilista»(3) y Diccionario Matriz de la Lengua Castellana, así como sus narraciones de corte romántico Idilios o bien, su Historia de un suicidio, que son iniciadoras del cuento en Venezuela, además de destacar su extensa obra sobre política española. Seguidamente reproducimos completo su poema más memorable, escrito en Sevilla (España) y publicado en La Floresta Andaluza:
ADIÓS A LA PATRIA
Tierra del Sol amada,
donde inundado de su luz fecunda,
en hora malhadada
y con la faz airada
me vio el lago nacer que te circunda.
Campo alegre y ameno,
de mi primer amor fácil testigo,
cuando virgen, sereno,
de traiciones ajeno,
era mi amor de la esperanza amigo,
Adiós, adiós te queda.
Ya tu mar no veré cuando amorosa
mansa te ciñe y leda,
como joyante seda
talle opulento de mujer hermosa.
Ni tu cielo esplendente
de purísimo azul y oro vestido,
do sospecha la mente
si en mar de luz candente
la gran mole de sol se ha convertido.
Ni tus campos herbosos,
do en perfumado ambiente me embriagaba,
y en juegos amorosos,
de nardos olorosos
la frente de mi madre coronaba
ni la altiva palmera,
cuando en tus apartados horizontes
con majestad severa
sacude su cimera,
gigante de la selva y los montes.
Ni tus montes erguidos
que en impío reto hasta los cielos subes,
en vano combatidos
del rayo, y circuidos
de canas nieves y sulfúreas nubes.
Adiós. El dulce acento
de tus hijas hermosas: la armonía
y suave concento
de la mar y el viento,
que el eco de tus bosques repetía;
De la fuente el ruido,
del hilo de agua el plácido murmullo,
muy más grato a mi oído
que en su cuna mecido
es grato al niño el maternal arrullo;
y el mugido horroroso
del huracán, cuando a los pies postrado
del ande poderoso,
se detiene sañoso
y a la mar de Colón revuelve airado;
y del cóndor el vuelo,
cuando desde las nubes señorea
tu frutecido suelo,
y en el campo del cielo
con los rayos de sol se colorea;
y de mi dulce hermano,
y de mi tierra hermana las caricias,
y las que vuestra mano
en el albor temprano
de mi vida sembró, gratas delicias,
¡Oh madre, oh padre mío!
Y aquella en que pedisteis, mansión santa,
con alborozo pío
el celestial rocío
para mi débil niño, frágil planta.
Y tantos, aymé, tanto, Marcan a mis quebrantos
breve tregua tal vez con mi memoria;
Presentes a la mía
en el vasto palacio o la cabaña,
hasta el postrero día
será mi compañía,
consuelo y solo amor en tierra extraña.
Puedas grande y dichosa
subir, ¡oh patria!, del saber al templo,
y en carrera gloriosa
al orbe, majestosa,
dar de valor y de virtud ejemplo
Yo a los cielos en tanto
mi oración llevaré por ti devota,
como eleva su llanto
el esclavo, y su canto,
por la patria perdida, en triste nota.
Duélete de mi suerte;
no maldigas mi nombre, no me olvides;
que aun cercano a la muerte
pediré con voz fuerte
victoria a Dios en tus fatales lides.
¡Dichoso yo si un día
a ti me vuelve compasivo el cielo;
dulce muerte me envía,
y me da, patria mía,
digno sepulcro en tu sagrado suelo.
De los poetas románticos hasta fines de siglo
A decir de Cósimo Mandrillo, con José Ramón Yepes (1822- 1881), comienza «un nuevo período demarcable en el desarrollo de la literatura zuliana».(4) Yepes fue marino y poeta, conocido como El Cisne del Lago, porque ensimismado tal vez por los misterios de la noche en el lago, cayó y se golpeó con el borde del muelle, ahogándose en sus límpidas aguas y dice la leyenda que se convirtió en cisne y salió volando a los cielos. Perteneció a la primera generación romántica venezolana, donde debería considerársele la máxima figura. Creador de las Nieblas, composiciones poéticas intermedias entre las Doloras de Campoamor y las Rimas de Bécquer, de gran predominio lírico y expresión sentimental. De su poesía se recuerda La media noche a la claridad de la luna, donde discurre el misterio que llena la atmósfera lacustre. «Este poema simboliza el asombro más interiorizado que creador nuestro haya logrado poetizar en su aspecto místico y subjetivo».(5) De este hermoso poema insertamos el fragmento siguiente:
Opacos horizontes,
y rumor de airecillos y cantares
y sombras en los montes,
y soledad dulcísima
en la tierra infeliz de los palmares;
y allá lejos la luna que se encumbra,
y un cielo azul de porcelana alumbra.
Y en el lago sin brumas
la onda medio caliente entumecida,
coronada de espumas,
soñando melancólica:
y como tregua o sueño de la vida
en el hogar del hombre; y como inerte
la creación, y el sueño como muerte.
La gran naturaleza,
o vacila o se asombra, y muda y grave,
pálida de tristeza,
ve sus astros inmóviles …
suspensión de la vida, que no sabe,
maravillosa el alma, sí le asusta,
o le place por quieta o por augusta.
Tal es, sobre su coche,
que silencioso por el orbe rueda,
la extraña media noche
de las regiones índicas,
así, al tañer de las campanas queda,
su voz oyendo por el aire vago,
la ciudad de las palmas en el lago.
También Yepes fue el iniciador de la novela indianista en Venezuela con Anaida e Iguaraya. De ese autor se han publicado: Novelas y estudios literarios (1882), Poesías (1882) y Selección de poemas y leyendas (1948), esta última acompañada de un estudio crítico de Jesús Enrique Lossada.
La poesía humorística en el Zulia tiene su precursor, José María Núñez de Cáceres (1822-1911), educador, poeta y traductor. Sus poemas líricos y humorísticos fueron publicados en su mayoría en El Cojo Ilustrado, del cual fue colaborador desde 1893. Varios de sus sonetos han sido incluidos en El Parnaso Venezolano de Julio Calcaño, recogidos en antologías de Aquiles N azoa (1966) Y de Velia Bosch (1984). Escribió Miscelánea poética (1881) y su libro capital Los nuevos Petrarca y Laura o Sonetos alegóricos a Petrona (1894), evidentemente irónico, sarcástico e irreverente como en el soneto que sigue a continuación, dedicado a Petrona:
Es Petra entre lo dulce un bien me sabe,
en lo fresco y salado un bien me supo,
en quien saber, sabor de salsa cupo,
pues todo bien derecho bien le cabe.
Es zumo de ambrosía hecho jarabe
un néctar de turrón y miel en grupo
que en mis ensueños de sabores chupo
temiendo que el panal al fin se acabe
Por eso figurarme ansioso quiero
que estoy como la mosca en regalado
de nata, dulce mar en que prefiero.
Al puerto, al verme náufrago y ahogado
y cuando del vivir siento el me muero
me encuentro en otra vida sepultado.
En cuanto a su obra y cronología se refiere, Ildefonso Vázquez (1840-1920), será la última gran figura de la poesía zuliana en el siglo XIX, considerado por sus contemporáneos como el príncipe de los sonetistas de América. Su labor poética, profusa y sostenida, alcanzó más de veinte mil sonetos abordando temas patrióticos, satíricos, elegíacos, místicos, eróticos y descriptivos, además de ensayar la epopeya para Maracaibo corno lo fue La Maracaída, obra publicada en el siglo XX (1910), proyecto poético que ya había intentado Yepes. De su ingente obra publicada podemos citar: Obras poéticas o Lira zuliana, en el siglo XIX, La Maracaída y Álbum cinegético, el último poemario escrito en la centuria decimonónica
pero solamente editado en el siglo XX.
Merecen un estudio detenido para una mejor valorización de la poesía del siglo XIX, los autores neoclásicos: Víctor Reparado Áñez Casas (1803-1880), José de Jesús Villasmil (1812-1877), José Ramón Villasmil (1813-1877) y Miguel Montero Herrera (1814- 1896), entre otros y del mismo modo, los románticos: Pedro José Hernández (1821-1875), poeta epigramático, periodista satírico, costumbrista y dramaturgo, cuya obra sólo fue recopilada en la colección Parnaso venezolano, en 1890; Amenodoro Urdaneta (1829- 1905), poeta, académico y, sobre todo, crítico literario con su obra Cervantes y la crítica, quien fue el primero en editar un poemario en Venezuela, con el título de Colombia, dedicado a su padre el general Rafael Urdaneta; Manuel María Fernández (1830-1902), marino, poeta e iniciador de la dramaturgia en el Zulia con su obra Sinvergüenza, avaro y flojo (1853); Apálico Sánchez (1836-1861), malogrado poeta, quien dejó inédito Las postrimerías del hombre, publicado póstumamente en Italia por Manuel Dagnino, su compañero en el periódico Eco de la Juventud, el cual reunió la primera agrupación literaria importante de la región zuliana, creada en 1855; Diego Jugo Ramírez (1836-1903), académico y poeta de corte religioso y filosófico en Violetas, Hojas de estío, Arpegios y Armonías filosóficas y religiosas; Manuel María Bermúdez Ávila (1838-1883), poeta romántico, emparentado con la obra de Yepes y marino como éste, abordó en su poesía el entorno natural, el lago, la historia y la pasión ardorosa, erótica con mucha ternura y sutileza. Su obra fue publicada póstumamente con el título de Poesías (1884) y «a pesar de su corta producción poética, partiendo de las muestras que de ellas nos han llegado en las recopilaciones y antologías, puede descubrirse en Bermúdez Ávila un poeta capaz de sobrepasar con facilidad los límites de los que adolecía la obra de sus contemporáneos»,(6) según acertada apreciación de Cósimo Mandrillo. Entre otras obras poéticas localizadas del siglo XIX podemos citar: Poesías; de Joaquín Quintero; Ensayos poéticos de Trinidad Bracho Albornoz; La veintena y Espinas y flores, de Eduardo Gallego Celis; Poesías, de Juan C. Villasmil; Ensayos poéticos y Ritmos de la Patria, de Abraham Ramírez, uno de los más notables poetas épicos de la región; Flores silvestres, de Eduardo Sulbarán; Colección de sonetos y Sombras, de Carlos Luis Marín; Las primeras flores, de José Antonio Gando Bustamante; Prosa y verso, de Armando Troconis Montiel; Rumores y rugidos, de Silfredo E. Flores; Horas perdidas, de Carlos Echeverría; y por último, Eduardo Evia, con su Ayacucho 1824, entre otros. Hubo otros poetas que superaron la centuria y siguieron escribiendo en el siglo XX, como: Sisoes Finol con sus obras Sonetos y Calendas de julio; Bartolomé Osorio Urdaneta, con Nardos y orobias, El himno de Loreto y De rodillas; Octavio Hernández, más conocido como educador y prosista, en Dos poesías: Raquel y Carmen; además de un poeta muerto prematuramente, Astolfo Paz, quien dejó su obra poética dispersa en periódicos y revistas de la época.
En la última década del siglo XIX, momento de la instalación de la Universidad (1891), se dio a conocer el poeta adolescente, Udón Pérez (1871-1926), quien cabalgaría entre los siglos, como expresión de la poesía clásica y parnasiana, publicando en esa época finisecular: La maldición (1897), Vendida (1898) y La escala de la gloria (1899); sin embargo, recientemente, en los archivos del Acervo Histórico del Estado Zulia, se produjo el hallazgo de un manuscrito por el historiador Iván Salazar Zaid, presumiblemente del primer poemario de ese fecundo poeta, bajo el título de Rosas secas, contentivo de cuarenta poemas escritos entre 1888 y 1890, publicado por esa dependencia gubernamental en el 2004. Su obra madurada, prolífica y, por consiguiente, más importante, la haría en las primeras décadas del siglo XX, la cual desde luego, merece un estudio profundo y detallado. Recientemente, el 30 de enero de 2004, fue exaltado a} Panteón Regional del Zulia, como expresión de la zulianidad poética.
Los narradores
Cuando Luis Guillermo Hernández y quien esto escribe, preparamos La narrativa corta en el Zulia, primera y única antología, hasta ahora, de cuentos breves zulianos o venezolanos con ambientación zuliana, publicados entre 1839 y 1987, incluimos del siglo XIX, tan sólo dos autores: Rafael María Baralt, iniciador del género en Venezuela, con la publicación de la leyenda Adolfo y María y de los Idilios, en «El Correo de Caracas» y «La Guirnalda» de Caracas, para aparecer en ese texto antológico, con Historia de un suicidio, narración posterior publicada en Sevilla, España y a Cástor Silva (1820-1900), sacerdote y educador, quien escribió una leyenda medieval de gran tensión dramática titulada Todo debe sacrificarse a la virtud. Escasa fue la producción narrativa a lo largo del siglo XIX, pero no deben dejarse de mencionar a otros autores, como: Carlos T. Irwin, Ángel Casanova, Gregorio Fidel Méndez, Octavio Hernández, Juan C. Fuenmayor, Pedro Hernández Arria, Diego Jugo Ramírez, Bartolomé Osorio Urdaneta, José Rafael Yepes Serrano, Astolfo Paz,
Manuel Dagnino y Julia Áñez Gabaldón, comentada más adelante.
En cuanto al género novelesco, Anaida e Iguaraya, de José Ramón Yepes, fueron las primeras novelas románticas e indianistas conocidas en Venezuela, y hacia el final del siglo XIX, María Chiquinquirá Navarrete, escritora oriunda de Falcón residenciada en Maracaibo, en 1894 publicó una novela de corte romántico con atisbos naturalistas dedicada a esta ciudad puerto, bajo el título de ¿Castigo o redención? Otros que intentaron ese género narrativo fueron: José Domingo Medrano, Francisco Áñez Gabaldón y Manuel Dagnino, además de dos autores de temática zuliana: Julio Calcaño y Emilio Salgari, el primero con una leyenda indígena y el segundo, con sus afamadas narraciones de aventuras sobre los piratas caribeños y sus ataques a Maracaibo y a Gibraltar.
Los dramaturgos
Los escritores de dramas y comedias en el Zulia, son otro grupo de creadores que no han sido tan afortunados, ya que no existe una historia de la literatura en el Zulia, mucho menos una historia de la dramaturgia. El teatro tiene una larga tradición en estos predios zulianos
desde los remotos tiempos coloniales. Intentos por escribir algo sobre el teatro zuliano son los trabajos El teatro en el Zulia de Manuel Antonio Marín, escritor pionero en el siglo XIX y Teatro y Gente de Teatro en el Zulia, de Fernando Guerrero Matheus, de la vigésima centuria.
Luis Guillermo Hernández ha sido el primero en preparar la Bibliografía del teatro en el Zulia y en estos momentos escribimos en coautoría, una historia lo más completa posible, que hemos titulado Memoria del teatro venezolano en la región zuliana, obra que resultaría necesaria y útil, pero que no ha encontrado editor todavía.
Por razones de espacio y tiempo nos limitaremos a nombrar los dramaturgos y sus obras más notables: Pedro José Hernández escribió María la mendiga y La ausencia mata el amor o centuplica su ardor, únicas obras localizables de su producción dramática. Manuel María Fernández, autor de Zapatero a tus zapatos, Sinvergüenza, avaro y flojo, siendo ésta la primera obra de teatro publicada en el Zulia del siglo XIX (1853) y Bien por mal. Ildefonso Vázquez, escribió Ensayo de una zarzuela y Un nuevo decreto falso, refundidas y representadas por la Sociedad Dramática de Maracaibo, bajo la dirección de Enrique León, con el título de Farsas comedias. Manuel Antonio Marín (1846-1927), el autor más prolífico de todos, escribió comedias y dramas como: El canastillo de flores, La verdadera grandeza, La copa de acíbar, El deber cumplido, Asesinato y robo, Las apariencias, Dios tarda, pero no olvida, La espada de dos filos, Un poeta contrariado, ¡Ella!, Con novio y
En el borde del abismo. De ese notable dramaturgo comentó Marcial Hernández, sobre su estado demencial y de errancia al final de su vida: “¡Visión funeral, ver a un hombre vivo que lleva en sus entrañas el cadáver de un poeta muerto!”. (7) Recientemente se le ha honrado dando su nombre al Premio Regional de Teatro. José Trinidad Blanco, quien nació en la segunda mitad del siglo XIX y debió morir a principios del siglo XX. Dramaturgo, quien probablemente fue médico y zuliano. Publicaciones: Venancio Pulgar en el Castillo Libertador (1881 y 1889). Se conserva el manuscrito de su obra El último día de carnaval en Caracas de 1876 y se citan: Lazos de espinas y lazos de flores, comedia de 1885 y Un problema social (1885).
Cabe mencionar a otros dramaturgos como: Manuel Dagnino, Simón González Peña, Luis Urdaneta Hernández, Pablo Vílchez, Octavio Hernández, Bartolomé Osorio Urdaneta, Armando Troconis Montiel, Guillermo Trujillo Durán, Udón Pérez, Juan Crisóstomo Fuenmayor, Francisco Gallardo, Eduardo Gallegos Celis, José Antonio Infante, Ramón Infante, Armando Troconis Montiel, Belarmino Urdaneta, Luis Urdaneta Hernández, Pablo Antonio Vílchez y sobre todo a la joven Julia Áñez Gabaldón, incluida en una antología de dramaturgia nacional y considerada una pionera, con obras como: El premio y el castigo y El sacrificio por oro o Un padre ambicioso. Un escritor merideño, Adolfo Briceño Picón, escribió un drama de temática zuliana Ambrosio de Alftnger o Los alemanes en la conquista de Venezuela.
Los biógrafos, ensayistas y críticos
El primer ensayista político y escritor prebaraltiano fue José Domingo Rus (1768-1835), diputado por la provincia de Maracaibo ante las Cortes Generales y Extraordinarias de la Monarquía Española en 1.812. Sus obras Agere Pro Patria y Maracaibo representado
en todos sus ramos, refundidas en 1969 por la Universidad del Zulia, bajo el título de Maracaibo a principios del siglo XIX, constituye la mejor referencia para conocer distintos aspectos de la provincia de Maracaibo, hoy estado Zulia, su preponderancia económica, su población, sus riquezas, su posición geopolítica y sus requerimientos. Amenodoro Urdaneta (1829-1905), como crítico escribió una obra fundamental Cervantes y la crítica que lo consagró como un gran cervantista en América Latina al lado de Bello, por lo cual su obra ha tenido varias ediciones, sobre todo una última de 2005, publicada por Biblioteca Ayacucho, con presentación, edición y notas de Francisco Javier Pérez. Manuel Dagnino (1834-1901), una de las figuras más importantes de la medicina zuliana del siglo XIX, dejó una considerable obra literaria, tanto en el ensayo como en la narrativa, el teatro, la crítica, la biografía y la historiografía. Cabe mencionar Ensayo crítico sobre algunas teorías filosóficas de la divinidad (1874), Juicios críticos y biografías (1888) y Ensayos históricos y biográficos, incluidos en sus Obras Completas (1965-1986). Es de destacar la figura de Juan Antonio Lossada Piñeres (1837-1898), quien se dedicara a cultivar la biografía, género compartido por la literatura y la historiografía, y que sería el primer antecedente destacado, de una afición por el género muy frecuente en los escritores zulianos. Su obra Semblanzas zulianas se publicaría por entregas entre 1878 Y 1891, donde sobresale su amplia documentación y su conocimiento de la psicología humana, escritas en perfecta prosa de estilo clásico. Igualmente la de José María Rivas (1843-1920), quien escribió Biografía del ilustre prócer general Rafael Urdaneta (1888), la cual constituyó un hallazgo bibliográfico de nuestra parte. El Congreso de la República, por recomendación de la Comisión Presidencial para el Bicentenario del Natalicio del General Rafael Urdaneta, ordenó una edición facsimilar en 1988, con motivo de ese aniversario y con prólogo de Luis Guillermo Hernández, quien señaló de manera atinada los valores de la obra.
Otros cultivadores del género serían: Jesús María Portillo (1844-1889), quien fue doctor en derecho y escribió ensayos críticos como El cantor de las nieblas general José Ramón Yepes y Estudio sobre el sabio venezolano Andrés Bello y así mismo abordó la crítica filológica en obras de autores zulianos. Simón González Peña (1846-1931), quien se dedicó a la crítica artística y a historiar el movimiento plástico, muestra de ello en su Ensayo sobre la historia de las artes en el Zulia, el primero en su género en el occidente del país. Francisco Ochoa (1849-1907), doctor en derecho y primer rector de LUZ en su primera etapa, escribió una biografía interesante: El Dr. Jesús María Portillo, además de ensayos filosóficos, religiosos y jurídicos; y Aniceto Ramírez y Astier, de quien ya señalábamos la importancia de sus semblanzas biográficas, Galería de escritores zulianos, en cuatro tomos, editadas en el siglo XX.
Los costumbristas
Decía Mariano Picón Salas en su Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX (1940), que el costumbrismo fue «la primera vía, no digamos hacia lo autóctono, pero por lo menos hacia lo circundante, en el proceso de nuestras letras, después que Venezuela
se hace independiente». En ese trabajo antológico incluyó a dos zulianos: Rafael María Baralt con Lo que es un periódico y Los escritores y el vulgo, y José María Rivas (1843-1920) con El boga del río Zulia y El mercado, tomados de su destacado libro Costumbres zulianas, con dos ediciones en 1883 y 1910, la obra más conocida e interesante de Rivas y que recoge cuadros realistas de la vida de la región.
Cabe señalar, que Picón Salas no incluyó en su antología a José Ramón Yepes (1822-1881), presumimos que no conoció los cuadros de costumbres que escribió, treinta y seis en total, bajo el título de Esbozos zulianos, incluidos por primera y única vez en la compilación póstuma Novelas y estudios literarios (1882) Y si los conoció no tuvo al alcance de ellos. En los esbozos costumbristas de Yepes se evidencia su capacidad narrativa, amena y breve, así como agudo observador de su entorno: la ciudad, sus habitantes, usos y costumbres en la segunda mitad del siglo XIX.
Dignos de antologías son los artículos costumbristas de Los aguinaldos de Medrano, publicados en diciembre de cada año desde 1879 hasta 1884, por José Domingo Medrano y de otros autores, rescatados de la prensa zuliana y publicados en el libro Maracaiberadas, editado por el Centro Zuliano de Investigación Documental.
Finalmente merecen mención, los artículos de costumbres de Pedro José Hernández, como aquél recuperado por El Zulia literario, de Medrano: No va mi artículo, escrito con mucho humor e ingenio satírico. Desde luego que fue muy frecuente la publicación de los artículos de costumbres en la prensa del Zulia durante el siglo XIX y se les ha considerado como el paso previo y evolutivo hacia la narrativa breve en la región zuliana.
Amenodoro Urdaneta, pionero de la literatura para niños en Venezuela.
Amenodoro Urdaneta (1829-1905), hijo del general Rafael Urdaneta, incursionó en el periodismo, la historia, la poesía, la gramática, el ensayo y la crítica; pero es de destacar que fue el primer escritor de literatura para niños en el país y como tal debe ser considerado con su obra El libro de la infancia por un amigo de los niños (1865), la cual fue reeditada por la Biblioteca Nacional y los auspicios de la Fundación Banco Latino en 1998, en la Colección V Centenario del Encuentro de dos Mundos. María Elena Maggi en el Estudio Preliminar sostiene que «es un documento imprescindible y una rica fuente para el área específica de la literatura infantil, tanto para el estudio particular de este autor, como para el de los orígenes de nuestra literatura infantil: verdadero testimonio de la gestación de una literatura para niños, de marcada influencia europea, pero con cierta peculiaridad temática y formal, en la que ya se apuntaba algún carácter nacional e hispanoamericano».(8) En definitiva es una obra didáctica y amena, la más valiosa del siglo XIX.
El mismo año que se publicaba El libro de la infancia, nació Julia Áñez Gabaldón (1865-1886), cuentista y fabulista en su obra Producciones literarias (1893), el cual se publicó póstumamente y donde aparecen cuentos para niños como: El crimen castigado, Las dos huérfanas, La mendiga Lucía, Guillermo, Adela y la joven mal educada, No basta ser rico, Sencilla historia, Aurora y Lucía y Una víctima del juego.
José Domingo Medrano, fundador de la lexicografía regional.
José Domingo Medrano (1842-1889), con amplia formación orientada hacia la filosofía, la filología y la gramática, quien en su obra filológica Apuntaciones para la crítica sobre el lenguaje maracaibero, editada en 1883 y comentada por el filólogo alemán H. Schuchard, juicio crítico que colocó como prólogo, al ampliar su estudio en 1886 en una segunda edición. Fue su aporte a El Gran Diccionario Americano que anhelaba Arístides Rojas, donde demostró sus conocimientos sobre otros idiomas y sus gramáticas, lo cual le permitió la redacción de un verdadero Diccionario de zulianismos, donde se nota la influencia de otros idiomas y otras costumbres en nuestra habla regional, lo cual llevó a una reedición en 1990, revalorizado y rescatado por el lingüista Iraset Páez Urdaneta y más recientemente por el lexicógrafo Francisco Javier Pérez, quien sostiene que: «Medrano será el primero en nuestra lexicografía en elaborar un diccionario regional con plena conciencia del sistema dialectal del país, dentro de los límites de una especialidad que, aún en la lingüística europea, estaba dando sus primeros pasos» ( …. ) «Un hecho irrefutable es que Medrano entiende muy pronto que hay una clara diversidad en el vocabulario de las distintas regiones de Venezuela». (9) Estudios como el de José Domingo Medrano han contribuido a la especificidad de la literatura zuliana.
Grupos literarios finiseculares
En la segunda mitad del siglo XIX surgió la primera agrupación literaria importante del estado Zulia, que ya mencionábamos con anterioridad, Eco de la Juventud (1855-1858), tuvo su órgano de expresión e inicia el desarrollo del romanticismo, además de la literatura,
fue un grupo con compromiso social y político. Fundado por Yepes, aglutinó a poetas y escritores como Apálico Sánchez, Manuel María Fernández, Diego Jugo Ramírez y Manuel Dagnino, entre otros. Este grupo crea el «Gabinete de Lectura», primer intento de biblioteca
pública en la ciudad de Maracaibo. A partir de esta primera experiencia generacional, aparecerán otros grupos como la Sociedad «Alumnos de Minerva» (1859), fundada por Ildefonso Vázquez y fue considerada como una continuación de Eco de la Juventud, tuvo
como órgano de expresión el periódico La Esperanza; La Peña «El Rayo Azul» (1864) la cual tuvo un semanario del mismo nombre; la Sociedad Literaria «La Antorcha» (1872); la Sociedad «Amantes del Saber» (1872) de carácter sociocultural; la Sociedad «Vargas» (1873), se instaló el 29 de enero y estuvo integrada por los jóvenes Abraham Ramírez, José Tomás Urdaneta, Candelario Oquendo, Simón González Peña, Pablo Vílchez y Clodomiro Rodríguez, entre otros; el Grupo «Los Mechudos» (1898-1904), compartieron criterios positivistas, encarnaron la rebelión juvenil de la época contra la vetusta tradición escolástica del dogmatismo, no sólo religioso sino también en cualquier campo del saber humano, algunos de sus integrantes fundarán después en 1901 el Grupo Ariel, introductor del modernismo en el Zulia, y por último, la Sociedad Vázquez (1898), secreta y librepensadora.
Reflexiones finales
Desde aquella primera impresión del viajero Francisco Depons, no ha variado mucho contemporáneamente la opinión que se tiene del maracaibero y del zuliano en cuanto a su vocación por las letras y Marcial Hernández para referirse a esa capacidad creadora, dijo:
«Tanta es en esta progenie la eficacia engendradora de talentos, que a pesar de todo, hay siempre notable cosecha de literatos. Nacen aquí los bardos con la vivacidad potente de nuestra indígena flora. Nacen, como los cardones, hasta en los tejados de piedra, o como las tunas, que echan claveles amarillos en el áspero, bravío y estéril cerro del Milagro» .(7) O Pedro Arismendi Brito, para referirse a las cualidades creadoras que concedían las aguas del lago: » … Yo casi admito aquella invulnerabilidad que daban las aguas de la Estigia, desde que veo algo más raro y de mayor entidad producen las del lago Coquivacoa.
Pocos hay que se bañen en él desde la infancia, y a los veinte años no sean excelentes poetas. Sólo así puede comprenderse cómo la sola ciudad de Maracaibo haya producido en este período más escritores que todo el resto de la República».(11) Con estas afirmaciones se evidencia esa inclinación entusiasta por las letras, es cierto, pero habría que profundizar cuántos poseían un talento lúcido, agudo y penetrante, consciente de la tradición de lo moderno, de la ruptura con lo vetusto e intrascendente, de la necesidad de un espacio para la reflexión o sencillamente como expresión digna de su tiempo.
La dificultad que enfrenta la literatura en general en estos tiempos modernos, aunque algunos afirmen que la literatura es un problema de continuidad sin solución, era la misma en aquella época decimonónica. Esa inclinación de los más, hacia lo material y superfluo, que al disfrute del arte, a la exploración de los sentimientos del hombre y sus extrañezas y a darle valor estético. Cuando Miguel Ángel Campos habla de una tradición poética en el Zulia refiere que es más recurrente que continua y es por ello, que «ha sido ejercida como valor de representación más que como práctica, en tal sentido, antes hubo una actitud hacia la Literatura, reconocimiento que vino, en el caso de la poesía, por su ubicación voluntarista como una expresión más del saber ilustrado y no como necesidad de funciones catárticas, subliminales del arte».(12) Es el discurrir de la poesía a un nivel social elitista, como sostiene Campos nuevamente, «privilegiándose su rol más que su función». (12) Se presentan entonces dos aspectos del problema: el no asumir la literatura conscientemente y por revelación, como ejercicio espiritual y estético, como «sacerdocio», hoy diríamos como oficio u profesión, asimismo como un conglomerado de libros con palabras intrascendentes y que no nos dicen nada, aglomeración bibliográfica que según algunos pudiera resultar toda, un montón de hojarasca, y el quehacer literario una «anomalía inocua»(12) como afirmaría Campos o una «miscelánea confusa», según Tejera y donde los que pretendemos
recuperar lo de valor, corremos el riesgo de intentar «vigorizar una criatura enclenque y enfermiza».(13)
Más sin embargo, convencidos de que se puede extraer la savia, la que nos pueda nutrir todavía a los contemporáneos, la que resulta curiosidad histórica o la que de alguna manera sirva para reforzar la identidad regional por sus elementos definitorios o finalmente como
fenómeno peculiar que pueda ser digno de estudio; los que nos hemos ocupado en la tarea de reunir materiales, elaborar índices bibliográficos por géneros, antologías, estudios parciales y totales, diccionarios biográficos y temáticos, tenemos la esperanza que se efectúe un trabajo selectivo y crítico verdaderamente, con honestidad intelectual y poder ofrecer, utilizando una frase de Campos, un «legado mínimo»,(12) que pueda generar discusiones e instaurar el piso que necesitamos para robustecer nuestra identidad espiritual de pueblo culto y sensible. En pocas palabras, con las investigaciones y estudios que hemos elaborado estamos contribuyendo de alguna forma para que se determine el valor de la literatura hecha en el Zulia y dejar esas posturas críticas de acusar y recusar de perecedero toda tentativa de creación sin la debida revisión, con ese intento desmedido a veces de desacralizar destruyendo, aplicando la negación más como método que como criterio selectivo e investigativo, negando también de manera displicente la utilidad que pueda tener para el estudio de las identidades, imaginarios colectivos y fenómenos sociales, con lo que contamos irremediablemente, si es nuestro caso absolutamente. Permanecemos esperanzados en poder configurar ese «legado mínimo» inestimable.
Nuestra región posee una literatura profusa y diversa en cuanto al cultivo de los diferentes géneros, pero acusada de anacrónica y discontinua, incursa en estéticas tardías, con algunos aciertos en el siglo XIX y todavía muy entrado el siglo XX, pero no obstante con tímidas manifestaciones vanguardistas hasta la irrupción de grupos como «Apocalipsis» y «40 grados a la sombra», esa es nuestra historia literaria pero que es necesario todavía investigada y sistematizarla, emprender un verdadero trabajo crítico y de selección, con estudios serios. Reconocemos y valoramos los esfuerzos de los simposios de literatura zuliana, pero se hacen necesarios los aportes bibliográficos, realizar investigaciones completas sobre el quehacer literario en la región, para poder efectuar una historia crítica de la literatura en el Zulia. Darle forma y sentido a ese «corpus aún hoy indefinido», como denomina Mandrillo a la literatura zuliana.
Ya hemos aportado, Luis Guillermo Hernández y quien esto escribe, la primera antología del cuento La narrativa corta en el Zulia, el Diccionario general del Zulia y muy próximo a ver la luz pública, El Zulia literario: grupos, tendencias, movimientos y generaciones, así como otros trabajos parciales y totales. No podemos dejar de mencionar las valiosas investigaciones y compilaciones de la producción literaria de autores zulianos realizadas por el humanista y poeta Camilo Balza Donatti, que aún hoy reclaman su publicación.
Actualmente, nuestra literatura se ha vigorizado en calidad, porque se sigue escribiendo, interminablemente. Sólo hace falta políticas de publicaciones coherentes, sistemáticas y sostenidas, con planes para su distribución, promoción y difusión. Revistas y páginas literarias bien dirigidas. Concursos literarios honestos, para la confrontación y premios para el estímulo que ya se otorgan. Y de ese modo poder hablar de una auténtica literatura nacional hecha en el Zulia que nos proyecte por su especificidad y por su universalidad.
CITAS:
1. DEPONS, Francisco. Viaje a la parte oriental de Tierra Firme.
2. Caracas: Academia Nacional de la Historia, Tipografía Americana, 1930, p. 453-454.
3. LOSSADA, Jesús Enrique. Prólogo a: Apuntamientos o Memorias del General Rafael Urdaneta. Tomo 11. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República de Venezuela, 1972, p. XXI.
4. MILLARES CARLO, Agustín. Rafael María Baralt. Caracas: UCV, 1969, p. 185.
5. MANDRILLO, Cósimo. Literatura zuliana siglo XIX. Maracaibo, LUZ, ~1987, p. 41.
6. PARRA, Jesús Ángel y Carlos Ildemar Pérez. El lago de los poetas. Maracaibo, Gobernación del Estado Zulia, Secretaría de Cultura / Dirección de Cultura de LUZ, 994, p. 17.
7. MADRILLO, Cósimo. Op cit, p. 92.
8. HERNÁNDEZ, Marcial Condición de la literatura en el predio zuliano en: Temas de Clío, p. 180.
9. MAGGI, María Elena. Estudio preliminar a El libro de la infancia por un amigo de los niños. Caracas: Biblioteca Nacional/Fundación Banco Latino, 1998, p. 39.
10. PÉREZ, Francisco Javier. Incursiones de lingüística zuliana. Maracaibo, Unica, 2000, p. 70.
11. HERNÁNDEZ, Marcial. Condición de la literatura en el predio zuliano en: Temas de Clío, p. 180.
12. ARISMENDI BRITO, Pedro. La poesía lírica en Venezuela en: Primer libro venezolano de literatura, ciencia y bellas artes. Caracas: Asociación Venezolana de Literatura, Ciencias y Bellas Artes, 1895.
13. CAMPOS, Miguel Ángel. La ciudad velada. Maracaibo: Universidad Católica Cecilio Acosta, Ediciones Astro Data, 2001, p. 102, 103.
14. MANDRILLO, Cósimo. A boca de agua: Ensayos de literatura zuliana. (En prensa).
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA
Antología de costumbristas venezolanos del siglo XIX. 6ta. Edición. Caracas: Monte Ávila Editores, 1980, p. 435. (Selección y prólogo de Mariano Picón Salas).
CARDOZO, Lubio. Debajo de un considero me puse a considerar … Caracas: Academia Nacional de la Historia, 1987.
FERRER, Guillermo. Historia cultural del Zulia. 2da. edición. Maracaibo: Universidad del Zulia, 1988.
HERNÁNDEZ, Luis Guillermo y Jesús Ángel Parra. La narrativa corta en el Zulia. Sus aportes a la literatura venezolana. Antología: 1839-1987. Maracaibo: Comisión Presidencial para el Bicentenario del General Rafael Urdaneta, 1987.
HERNÁNDEZ, Luis Guillermo y Jesús Ángel Parra. Diccionario general del Zulia. (2 tomos). Maracaibo: Banco Occidental de Descuento, 1999- 2000.
HERNÁNDEZ, Marcial. Temas de Clío. Obras Completas Tomo II. Maracaibo: Universidad del Zulia, Dirección de Cultura, 1974.
QUIRÓS, Luis Ovidio. El Zulia literario del siglo XIX. Caracas: Cooperativa de Artes Gráficas, 1933.
VILLASANA, Ángel Raúl. Ensayo de un repertorio bibliográfico venezolano. Caracas: Banco Central de Venezuela, 1969.
YEPES TRUJILLO, Rafael. La palabra pensada. Caracas: Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, 1969.
Tomado de: Diccionario general de la literatura en el Zulia (2021), de Jesús Ángel Semprún Parra